Rafael Piñeiro –43 años, doctor en Ciencia Política por la Pontificia Universidad Católica de Chile, director del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Católica– está en su pequeña oficina del cuarto piso del edificio central de la UCU. Sobre su escritorio tiene una taza de té vaporoso, su laptop, una pantalla que come mucho espacio, un trompo de madera que llegó de Ecuador y un libro de tapa dura, estética sobria y sello de la Universidad de Cambridge titulado "How Party Activism Survives: Uruguay's Frente Amplio". En esas 216 páginas está la investigación que empezaron a trabajar en 2016 Piñeiro, Verónica Pérez Bentancur y Fernando Rosenblatt y que meses atrás les valió el prestigioso premio Leon Epstein Outstanding Book 2020 por parte de la sección de Organizaciones Políticas y Partidos de APSA (American Political Science Association).
Piñeiro –que divide sus horas entre proyectos de investigación y los cursos Sistema de partidos, Teoría Política Contemporánea y Regímenes políticos y sistema de gobierno que da a estudiantes de 2º y 3º– reflexiona aquí sobre la Academia, los premios y las decisiones que tomó a lo largo de su carrera.
¿Por qué optaste por estudiar Ciencia Política cuando terminaste el bachillerato?
Ya desde los 10 u 11 años me interesaba la política, me divertía. Aunque no hay nada que explique mi elección dentro de mi familia. Ese interés se intensificó cuando tomé la decisión de empezar la carrera y después, con el paso del tiempo, fue cambiando en términos de qué era lo que me interesaba. Y lo que me interesaba era tratar de entender cómo se generan algunos procesos políticos; me fue interesando cada vez más porque entendí que hay una dimensión del mundo social e incluso del mundo económico que está muy determinado por la capacidad que tengan las personas de organizarse. Y esto me atraía desde el punto de vista de los ciudadanos como desde los liderazgos políticos.
Y después decidiste ir por un camino que es muy habitual entre los politólogos que es la especialización con un doctorado en la Pontificia Universidad Católica de Chile.
A mí me pasó algo que es lo contrario. La visión sobre lo que es la Ciencia Política se amplió mucho cuando me fui a hacer el doctorado. Se amplió en término de los temas y los diferentes enfoques que podía asumir la Ciencia Política.
¿Por qué elegiste Chile?
Siempre tuve claro que quería hacer un doctorado y después, por algunas decisiones de vida y algunas oportunidades laborales, lo fui postergando. Y en un momento se abre este doctorado, yo fui la primera generación, y funcionaba en términos de mis posibilidades de ese momento. Irme a un lugar más alejado no se adaptaba a las decisiones de familia que ya había hecho. Chile era un desarraigo más controlable. Y lo que tenía Chile es que cumplía con dos asuntos que a mí me parecían relevantes
Primero, los profesores. En este caso justo eran uruguayos y a mí me resultaba interesante poder estudiar tanto con David Altman como con Juan Pablo Luna. El departamento de Ciencias Sociales estaba en un proceso de consolidación y esto no es menor porque cuando uno elige un lugar dónde hacer el doctorado también es importante ver los profesores que lo integran. Porque te van a formar y después vas a trabajar con ellos. Un doctorado no solo te enseña enfoques teóricos y te abre la cabeza a toda la disciplina, también te transforma en un investigador y, en ese proceso de transformación, los que te acompañan te moldean. Hay toda una dimensión de la investigación que es poder ver a los académicos en la cocina. Cuando vemos un libro o un paper publicado lo que vemos es el plato terminado, ahí todo parece muy fantástico, muy lineal. Sin embargo, el proceso de investigación no es nada lineal, está lleno de caminos cerrados, hay mucho de frustración y, además, tiene toda una parte de creatividad para resolver los problemas con los que te vas enfrentando. Todas las decisiones que tomamos están muy asociadas con ese primer acercamiento que tuvimos a la investigación y cómo esos profesores con los que trabajamos resolvieron esos problemas. Entonces, yo soy “hijo” de varios colegas con los que trabajé después de que me recibí en el instituto de Ciencia Política de la UdelaR, de los investigadores con los que trabajé en el doctorado y también soy producto del departamento de Ciencias Sociales de la UCU y de los colegas con los que trabajo.
Y lo segundo que me parecía relevante es el tipo de programa. Hay dos tipos de programa de doctorado. Algunos están centrados en la investigación y otros que tienen más el formato norteamericano donde tenés cursos, después tenés exámenes comprensivos y finalmente desarrollás un proyecto de tesis y la llevás adelante. Yo elegí este segundo formato porque no había hecho una maestría y porque siento que esos son doctorados en los que te entrenás verdaderamente. En este caso lo que también estuvo bueno es que estábamos todos full time para el doctorado. Es muy impresionante la transformación que va ocurriendo en el proceso de entrenamiento, en término de las capacidades que uno desarrolla. Hay un ejemplo que es bien sencillo: si vos me decías antes de empezar el doctorado: “Necesito que escribas 5.000 palabras de este tema”. Seguramente en ese momento hubiese necesitado un mes para hacerlo. Y cuando estaba en el doctorado podía escribir 15 páginas en un día, tal vez dos. Y seguro que el texto iba a ser de mejor calidad del que hubiese escrito antes. Ese entrenamiento lo adquirís porque el doctorado te empuja a ese desarrollo de competencias.
¿Cuando empezás este periplo ya sabés que una parte de su vida profesional va a estar dedicada a la investigación?
Hay dos salidas. Hay una que es la puramente académica: trabajar en una universidad, dar clases e investigar. Hay otra, no es la más natural, que es trabajar en gobiernos, organismos internacionales. Yo quería trabajar como académico. Y tuve suerte. El tema es que los que decidimos hacer doctorados en el sur tenemos un gran desafío porque hay una cantidad de gente que vuelve al sur desde doctorados que tienen mucho más nombre y prestigio.
¿Cómo fue tu regreso a Uruguay?
Volví en 2010 sin terminar mi tesis. En ese entonces tenía unas horas en el Instituto de Ciencia Política de la UdelaR, daba algunas clases. Esperé para poder postularme para el régimen de dedicación total, pero al final no se dieron las condiciones. Y en 2012 la UCU hace un llamado para estructurar un Departamento de Ciencias Sociales. La propuesta era muy seductora porque iba a participar de algo nuevo, donde tenía la posibilidad de trabajar con un grupo de colegas como Juan Bogliaccini –que fue el que lideró el proceso–, Diego Hernández, Cecilia Rosell y Santiago López Cariboni. El departamento me ayudó a que pudiera terminar mi tesis de doctorado que se llamó “Cartelización clientelar y estabilidad de la democracia en América Latina pre-1974”.
¿Qué lugar ocupa la docencia en tu trabajo diario?
Mi trabajo es dar clase e investigar. A mí me gusta hacer las dos cosas. Incluso creo que ambas cosas se refuerzan. Sos mejor investigador cuando das clase y sos mejor dando clase cuando investigás. Algunos pueden pensar que dar clase te consume mucho tiempo y te saca horas del trabajo de investigación; mi experiencia es que pienso mejor –a la hora de investigar– cuando estoy dando clase. A veces me pasa que en clase surgen ideas que pueden enriquecer mi investigación. El momento de dar clase, lejos de ser tedioso, para mí, es un momento creativo. En mi caso, dar clase me hace mucho mejor investigador.
"How Party Activism Survives. Uruguay’s Frente Amplio" es un trabajo que hicieron colectivamente Verónica Pérez Bentancur, Fernando Rosenblatt y vos. ¿Cómo nació este trabajo escrito a seis manos?
Primero fue una idea. Con Verónica somos pareja y me acuerdo que la comenté o ella me comentó a mí lo siguiente: hay libros en la disciplina sobre un montón de partidos en América Latina, sobre todo del giro a la izquierda y no hay uno sobre el Frente Amplio. Esto no quiere decir que no haya libros escritos sobre el Frente Amplio, pero todos se hicieron en el medio local. Pero en esta lógica de impactar teóricamente y empíricamente en la literatura comparada no había ningún libro sobre el proceso del Frente Amplio. Con Verónica dijimos: “Hagámoslo”. A eso se sumó que con Fernando trabajamos juntos en otras cosas y habíamos ganado un proyecto de CONICYT (un Fondo Concursable de lo que sería la ANII en Chile) sobre partidos en América Latina que tenía como casos Uruguay, Chile y Costa Rica. Y este libro funcionó como la pata uruguaya de ese proyecto.
¿Es habitual que los proyectos de investigación en Ciencias Sociales se hagan colectivamente?
No es tan habitual. Pero ahora sí se ve más. Lo que sucede es que en las Ciencias Sociales todavía se suele premiar el paper solo, es más valioso que si lo hicimos entre tres o cuatro personas. Para mí es una tontería, pero porque trabajo de otra manera y en los últimos cinco años casi no he trabajado solo. Y porque creo que la construcción científica es colectiva. A su vez la forma que tengo de trabajar con los colegas implica exigencia mutua. Eso quiere decir que para que algo se incorpore en el libro o en el paper tenemos que estar de acuerdo todos. Con Fernando trabajo desde 2011 o 2012, cuando ambos estábamos terminando el doctorado en Chile. Lo particular es que nunca lo hicimos estando en el mismo lugar físico. Nosotros ya venimos trabajando virtualmente desde hace mucho tiempo.
¿Cómo se edificó el libro?
Lo primero que hicimos fue pensarlo en formato de libro. El libro tiene algunos capítulos que son papers y la idea era ir haciendo esos papers e ir compaginando el libro entero. Lo primero que hicimos –y en eso es distinto a otros proyectos– es pre-registrar parte de lo que íbamos a hacer. Esa es una lógica que se usa, sobre todo, para la investigación experimental. Este libro tiene una parte de experimento de encuesta, pero a su vez tiene toda otra parte que es investigación cualitativa. Entonces lo que hicimos fue pre-registrar también la investigación cualitativa; esto es: cuál era nuestra teoría y cuál era la evidencia que nosotros teníamos que encontrar para refrendar esa teoría o que podía contradecirla. Como Fernando vive en Chile buena parte del trabajo de campo recayó sobre Verónica y sobre mí.
¿Cómo llegan a Cambridge? ¿Y por qué eligen Cambridge?
Primero porque con Oxford son las dos editoriales universitarias más conocidas, más reputadas para publicar libros de Ciencia Política. Lo que sucede es que Cambdrige tiene varios editores en Ciencia Política y publican sobre Latinoamérica. La forma de llegar es a través de los editores. Lo que sucede es lo siguiente: vas a los congresos, en los congresos hay lugares donde se venden los libros y ahí están, por lo general, los editores que están conversando con los eventuales autores. Y ahí es cuando se da el intercambio. Lo que se hace es un book proposal donde le contás al editor de qué va el libro. En nuestro caso la editora aceptó enviarlo a revisión. Tuvimos tres revisores. En un momento la editora decide enviarnos dos de las revisiones. Una fue buena y la otra fue mala. Y quedamos sujetos a lo que dijera el tercero. Y su revisión fue buena. Así que decidieron publicarlo. Pero tenemos que agradecerle mucho al revisor que nos hizo una mala devolución porque gracias a eso el libro cambió mucho, el libro mejoró gracias a eso. Hay un problema que está asociado a los que trabajamos desde Uruguay o desde el Sur que es cuál es la relevancia del caso que estás trabajando. Esto es: ¿por qué un libro del Frente Amplio en un país de tres millones de habitantes? El asunto es que el libro después se tiene que vender y básicamente los consumidores son académicos y universidades. La editora y el board de editores de Cambridge evalúan eso. Entonces nosotros tratamos de vender el caso, por qué es relevante y por qué es interesante. Que si escribiéramos sobre el partido Demócrata de Estados Unidos nadie nos hubiese pedido explicaciones. Así que buena parte del trabajo es tratar de vender el aporte de un libro como este. Si nosotros hubiésemos escrito un libro para Uruguay seguramente no hubiese sido este. Este libro es sobre el Frente Amplio pero es sobre la estructura de base del Frente Amplio, estamos hablando de algo que ni siquiera entre mis colegas tiene una relevancia muy importante. Lo que pasa que lo distintivo del Frente Amplio es que muy pocos partidos en el mundo que tengan la estructura de base que tiene el FA, su proceso de construcción partidaria es atípico. Y por eso es interesante. Un colega me dijo: “Es un libro muy poco uruguayo”. Y la respuesta mía es: “Sí, si hacíamos un libro uruguayo no se lo vendíamos a nadie”.
En junio el libro ganó el premio Leon Epstein 2020 que entrega la American Political Science Association. ¿Qué relevancia tienen para vos este tipo de reconocimientos?
Para mí el proceso de validación es la revisión de pares y eso está centrado en la publicación de revistas académicas y libros. Son ellos los que dicen si un trabajo merece ser publicado o no y eso es lo que hace que el trabajo tenga un valor científico. Yo me pongo mucho más contento cuando algo sale publicado que si logra un premio; si logra un premio es un adicional, pero mi trabajo no está enfocado en los premios. De todas maneras, el premio es importante porque, en cualquier caso, entrás en un proceso competitivo y habla de la calidad de trabajo por encima de un estándar que ya es exigente. Y, obviamente, ganar un premio ayuda mucho a la difusión del trabajo en el mundo académico. Y yo trabajo para una lógica de acumulación de conocimiento y eso implica que reconozco lo que hay antes, intento generar un granito de arena en esa montaña enorme, pero para que ese granito de arena tenga algún sentido en esa construcción colectiva de conocimiento tiene que impactar sobre el resto de los colegas que trabajan en investigación sobre estos temas. Y un premio hace que más personas le presten atención al trabajo que hicimos.
Nota de Prensa gentileza de Universidad Católica del Uruguay