"La democracia directa hace cómplice de lo político a la ciudadanía", entrevista con el profesor David Altman


Afiche ciudadanía en expansión: orígenes y funcionamiento de la democracia directa contemporánea. letras negras y fondo blanco. huellas dactilares en colores en parte superior.El semanario mexicano Gatopardo, nos presenta una extensa entrevista a nuestro Director, profesor David Altman, donde aborda su reciente libro "Ciudadanía en expansión. Orígenes y funcionamiento de la democracia directa contemporánea" (Editorial Siglo XXI, 2022). La entrevista, realizada por Carlos Bravo Regidor, presenta al profesor Altman como el gran especialista en democracia directa, y a diferencia de quienes les temen a los referéndums, plebiscitos e iniciativas populares, y de quienes los ven como un producto milagro, el profesor ofrece una perspectiva militantemente empírica del tema. Aquí ofrecemos algunos puntos principales de la entrevista.

Carlos Bravo Regidor (CBR): Me gustaría comenzar haciendo explícito el doble deslinde que define la perspectiva desde la que estudias el universo de la democracia directa. Por un lado, te alejas de las posiciones más renuentes o escépticas que ven a la democracia directa como un peligro por la tiranía de las mayorías. Por el otro lado, te desmarcas de las posturas más ingenuas e idealistas que ven a la democracia directa como un producto milagro que puede curar a las sociedades de cualquier mal que las aflija. Dialogas con ambas posiciones, incluso las consideras al formular tus hipótesis, pero claramente te distancias de una y otra y creas una aproximación muy distinta, yo diría militantemente empírica sobre el tema. ¿De dónde proviene tu interés por la democracia directa y cómo describirías la perspectiva desde la que propones acercarte a ella?

David Altman (DA): Yo comencé a interesarme en la democracia directa cuando llegué a Chile. Originalmente soy del Uruguay pero, después del doctorado, terminé trabajando en la Universidad Católica de Chile. Me dedicaba a otros asuntos, como las relaciones ejecutivo-legislativo y las coaliciones de gobierno. Pero durante mis primeros años acá yo pensaba “este es un país que funciona razonablemente bien, aunque es muy poca la capacidad que tenemos quienes vivimos aquí para lograr cambiar las cosas sin tener que esperar cinco años hasta que venga la próxima elección”. Quizá lo pensaba basado un poco en mi experiencia con la democracia directa en el Uruguay, donde había visto la posibilidad de tomar decisiones desde la ciudadanía, independientemente de los ciclos electorales o de lo que quieran las autoridades en turno, y notaba que eso faltaba mucho en Chile. Veía una participación en picada, una desconexión gravísima entre la política y la ciudadanía. Empecé a escribir al respecto a mediados de los años 2000. A la larga el tema termina materializándose en el estallido social, ¿verdad? Quizá parecía más claro para quienes veníamos de fuera que para quienes crecieron acá adentro, no lo sé, pero desde entonces se convirtió en una suerte de compromiso personal para mí.

Yo no entiendo la academia como una trinchera ideológica desde la que quiera convencer o hacer proselitismo a favor de una u otra institución. Creo que parte de la responsabilidad de un académico es, más bien, sincerar los fenómenos sociales: acercarse a ellos con genuina curiosidad empírica, con voluntad de entender por qué son como son, cómo funcionan, mostrar que siempre tienen diversas caras, sabores, matices, tratar de ver cuáles son sus aspectos positivos y negativos. Ese caminito estrecho que describís es un equilibrio difícil, supercomplejo de manejar. Con todo, creo que se logra razonablemente bien en este libro, donde trato de mostrar las mejoras que pueden hacer las instituciones de democracia directa, pero también de advertir sobre los abusos a los que se prestan en ciertas circunstancias.

CBR: Otro rasgo distintivo de la perspectiva que propones es evitar muy deliberadamente la idea de reemplazar la democracia representativa con la directa. En tu planteamiento, esta no es una forma de gobierno, sino un refuerzo o un correctivo, un repertorio de instituciones o mecanismos para atender ciertos conflictos, pero de manera complementaria.

DA: Es que no ha existido un solo régimen con base en la democracia directa que pueda garantizar los derechos ciudadanos, ni individuales ni colectivos. En cambio, hay muchas democracias representativas que, si bien garantizan esos derechos, tienen múltiples debilidades. Lo hemos visto recientemente en diferentes latitudes: con los chalecos amarillos en Francia, el movimiento de los indignados en España, el estallido social en Chile, también con otros miniestallidos en Brasil, Ecuador, Colombia, Venezuela. Todos estos fenómenos están asociados, de uno u otro modo, a la profunda frustración de que la democracia representativa no termina de dar el ancho para procesar conflictos, canalizar demandas y ofrecer respuestas. Justo ahí es donde yo encuentro que ciertas instituciones de la democracia directa podrían contribuir a que la propia representación funcione mejor.

Ojo, no es la única posibilidad. Hay muchas opciones de reforma para los regímenes representativos, algunas quizá podrían ayudar aún más que la democracia directa, desde reformas a los gobiernos o a la relación entre poderes hasta la regulación de los partidos políticos. El mundo de las innovaciones democráticas es muy amplio: la democracia deliberativa, la creación de minipúblicos, las asambleas populares, los presupuestos participativos. Pero a mí me han interesado particularmente las innovaciones que tienen que ver con la democracia directa en un sentido muy específico, en la medida en que pueden servir para que haya una mayor sincronización entre las preferencias ciudadanas y la acción de los poderes públicos.


CBR: Durante los últimos años se han llevado a cabo varias consultas o referéndums que han irrumpido en la agenda noticiosa internacional y que no han creado la mejor impresión de la democracia directa. Pienso en el Brexit, los acuerdos de paz en Colombia, la Constituyente en Chile o la revocación de mandato en México. Aunque cada caso responde a su propia dinámica política, en general pareciera que los resultados son decepcionantes, que no corresponden a la intención o al objetivo que activó el mecanismo, en fin, que no resuelven el problema que les da origen o, incluso, que crean otros problemas peores.

DA: Yo no creo que la democracia directa, inclusive en sus versiones más virtuosas, resuelva problemas. Lo que hace, más bien, es aportar una vía para lograr mejoras en la gestión de ciertas dificultades o crisis, para enmendar o destrabar algunas situaciones.

Ahora, mirá qué interesante: todos los casos que mencionás son plebiscitarios, es decir, las autoridades instrumentalizan estos mecanismos para sus fines. Pueden ser muy loables o muy espurios, pero importa identificar que su activación vino desde el poder, no desde la ciudadanía. Usualmente, ese tipo de plebiscitos suele responder a alguna de tres motivaciones.

La primera es una suerte de lavado de manos. El tema en consideración es tan jodido, tan complicado, tan profundo que la autoridad dice “pues que la gente diga”. Por ejemplo, en Europa: “¿Entramos o no entramos a la Unión Europea? Ustedes decidan, yo no quiero cargar con ese muerto”.

Otra motivación es tratar de darle hiperlegitimidad a una política que también es difícil, como el acuerdo de paz entre el gobierno de Colombia y las FARC. El expresidente Santos no estaba obligado a hacer esa consulta popular, pero quiso darle un manto de legitimidad, “el pueblo me apoya” y tal. Y, bueno, pues le salió muy mal. El otro caso fue el de López Obrador. Bajo el rótulo de un referéndum revocatorio hizo que se convocara a un plebiscito para tratar de demostrar un grado de hiperaprobación, “miren qué popular que soy”. También yo encuentro que le salió mal, pues fue baja la participación.

La tercera motivación es recurrir a estos mecanismos como una herramienta de desempate entre poderes. En América Latina hay muchos casos en los que se enfrentan ejecutivo versus legislativo y casi siempre el ejecutivo lleva las de ganar. Hubo un caso muy evidente hace tres o cuatro años en Perú, en medio de una disputa el presidente Vizcarra hizo un gallito [chicken game] y le ganó al Congreso. Otra posibilidad es buscar un desempate hacia adentro de una misma coalición de gobierno, como en el Brexit. Cameron no tenía que hacer un plebiscito, básicamente fue un instrumento que encontró para tratar de zanjar una diferencia al interior de su coalición de gobierno. Él estaba convencido de que iba a ganar, hasta puso su cargo a disposición. Hubo un mal cálculo y le salió horrible. Perdió y se fue, bárbaro. El tipo cumplió su palabra, pero mirá en qué lío metió a la Unión Europea y al Reino Unido.

Entonces, importa distinguir que todos esos son ejemplos de mecanismos de democracia directa activados desde el poder. En mi libro estudio todo el abanico de posibilidades, pero en los que más me concentro, y a los que les encuentro más aspectos positivos, no son los mecanismos que echan a andar las autoridades sino la ciudadanía, cuando se activan a través de la recolección de firmas, ya sea para cambiar las cosas porque no te escuchan, no te dan pelota, o para decir “este cambio no lo quiero”. El primero se materializa en lo que conocemos como iniciativas populares, el segundo como referéndums.

Claro que uno de los grandes problemas metodológicos en el estudio de la democracia directa —pero grandísimo— es que no hay una terminología universalmente aceptada. Lo que vos ves que en un país se llama referéndum, en otros se llama plebiscito y en otros se llama iniciativa. Cambian las denominaciones, por lo que vos tenés que tratar de discernir, de desnatar la connotación del nombre de la práctica de la institución.


CBR: El meollo de tu libro está en los referéndums o en las iniciativas populares activadas desde abajo, en casos tal vez menos escandalosos que los que mencionábamos, pero más interesantes e incluso sustantivos en términos de participación y de poder ciudadano.

DA: Yo creo que los mejores bríos de la democracia directa se ven en los mecanismos que están en manos de los ciudadanos y no de las autoridades. A las autoridades las elegimos, les pagamos un sueldo y tienen un montón de oficinas y recursos para que gobiernen y tomen decisiones por nosotros. Es imposible que nos autogobernemos el cien por ciento de las veces. Eso no quita que la ciudadanía no pueda tener un as bajo la manga que le esté recordando a la autoridad “mirá que los soberanos somos nosotros y, a la larga, ustedes son servidores públicos, ¿eh?”.

Acá entramos en un aspecto que es sumamente interesante: el efecto que tiene la mera existencia de los mecanismos de democracia directa iniciados por la ciudadanía. La simple posibilidad de que se pueda lanzar un referéndum contra una legislación, la amenaza creíble de poder convocar a una reforma a la Constitución o a las leyes, altera la forma en que las autoridades ejercen el poder. Nadie quiere perder en un referéndum, nadie quiere perder contra una iniciativa popular. Eso genera incentivos para mejorar la sincronización entre representantes políticos y ciudadanía.

Yo esto se lo pregunté directamente, para mi primer libro [Direct Democracy Worldwide], a dos presidentes del Uruguay, Sanguinetti y Batlle: “Presidente, cuando usted mandaba un proyecto al parlamento, ¿tomaba en consideración que se podría hacer un referéndum en contra de él?” Sus respuestas fueron clarísimas. Sanguinetti me dijo: “Si no tomás eso en consideración, estás cometiendo un suicidio político”, y Batlle: “Pero ¡claro! ¿Qué, los otros no juegan? Obviamente jugamos todos”. Estos son apenas dos ejemplos, pero ilustran una lógica que está muy bien estudiada en otros casos, como Suiza. Aunque, ojo, la amenaza de que la ciudadanía pueda echar mano de un mecanismo de democracia directa tiene que ser creíble…

CBR: Es decir, que su activación sea viable, ¿cierto? De lo contrario, las autoridades pueden descartarlo con facilidad, concluir o incluso exhibir que el desafío que le plantean no tiene realmente en qué sostenerse. Cantar el bluff, pues.

DA: Claro, la amenaza tiene que ser creíble para generar los incentivos en los políticos de ampliar la base de la negociación y buscar el acuerdo. Por ejemplo, si estás tramitando una legislación laboral, vos tenés que llamar a los empresarios, a los sindicatos, llamás a todos, tratando de que esa legislación los tome en cuenta y así no sea tan impugnable por los propios afectados. En el momento en que vos veas que hay un referéndum contra esa legislación significa que los incentivos para buscar una política de acuerdos, de consensos o de concordance, como se dice en Suiza, no funcionaron del todo bien. Mirá qué paradójico: cada vez que hay un referéndum significa que la amenaza del referéndum no fue del todo exitosa.


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"Ciudadanía en expansión. Orígenes y funcionamiento de la democracia directa contemporánea"
David Altman
Edición: 1ª., 2022

Páginas: 304
ISBN: 978-607-03-1212-0  
Colección: Sociología y política
Editorial: Siglo XXI Editores